Por Alejandra Ugarte en El Desconcierto

“Queremos acercarnos a otras formas de hacer investigación que rompan con el lugar de autoridad”, asegura la investigadora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.

Durante las últimas décadas, las y los investigadores sociales han adoptado con entusiasmo nuevas metodologías de trabajo que les permitan innovar en el acercamiento a sus estudios, incorporando técnicas creativas que incluyen el cuerpo, objetos, o elementos lúdicos como la música y el juego en sus estudios en terreno.

Así, a partir de perspectivas etnográficas se han abordado las experiencias espaciales de las personas por medio del uso de herramientas como la escritura, el dibujo, el collage, el baile e incluso la comida, para acercarse a las vivencias que tienen las personas o comunidades relacionadas a ciertos temas de interés.

¿Para qué sirven estas metodologías? ¿Cómo construyen conocimiento los investigadores a partir de experiencias como estas? ¿Cómo nos ayudan a entender temas tan elocuentes como las desigualdades etarias y de género en la vida en las ciudades?

La académica e investigadora de la Universidad de Chile, Paola Jirón, es experta en la materia, y este mes de noviembre organizó un  encuentro con colegas latinoamericanas y estudiantes de doctorado para abordar a estas interrogantes, desde una mirada feminista.

Lo hizo en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile, donde también es Coordinadora del Doctorado en Territorio, Espacio y Sociedad.

– ¿De qué manera cocinar o bordar pueden servir para saber sobre las experiencias que vivimos en las ciudades y para la planificación territorial?

Estamos tratando de ver formas en que la interseccionalidad, es decir, la interacción entre distintas dimensiones sociales que definen a una persona (por ejemplo, ser mujer, pero también migrante y madre) dan cuenta de desigualdades o privilegios en nuestra sociedad; también, cómo se perciben a partir de los territorios que habitamos.

Esto que puede sonar un poco abstracto, se traduce en buscar formas de entender la realidad y cómo cuerpos diversos habitan el espacio de manera cotidiana. Para eso, escudriñamos profundamente en ciertas vivencias, por ejemplo, las de una mujer colombiana en un campamento en Alto Hospicio, o las de un niño con alguna discapacidad en el gran Santiago. Teniendo este conocimiento podemos contar con más herramientas para entender mejor el territorio y, por ende, planificar mejor la vida en las ciudades o territorios del futuro.

– ¿Realmente estas herramientas permiten acercarse a las personas o comunidades con las que trabajan?

Estamos armando un espacio experimental, probando estas metodologías de investigación. Pero, además de revisar técnicas, nos importa comprender cómo estas se insertan en un proceso de investigación más amplio. En este contexto fue importante mirar lo que está haciendo la antropóloga Tania Pérez-Bustos en Colombia. Ella se ha acercado a personas afectadas por la violencia de guerra en su país a través de bordados textiles o ha indagado en cómo se sienten quienes trabajan escuchando relatos de guerra, aportando a la producción de memoria histórica, a la elaboración de procesos de duelo o a la comunicación entre comunidades antagónicas. Desde allí ella plantea que estas metodologías que denominamos alternativas no funcionan por sí solas, sino que pueden ser un aporte, pero siempre y cuando seamos capaces de producir conocimiento a partir de ellas.

Al respecto, particularmente desde un enfoque feminista, lo que nos interesa es que estas investigaciones sean respetuosas y cuidadosas, pero que puedan ser capaces de producir conocimiento.

– ¿Qué significa que una investigación sea cuidadosa?

Por una parte, queremos acercarnos a otras formas de hacer investigación que rompan con el lugar de autoridad, de poder que tiene quien investiga. Cualquier herramienta de investigación, tradicional o alternativa, afecta a las personas, porque al preguntar sobre sus experiencias movilizamos cosas, transformamos al otro o la otra, generamos incomodidad, porque estamos interviniendo. Por eso, tenemos una responsabilidad con quienes investigamos, y tenemos que transformarla en respons-habilidad, como dice Donna Haraway, es decir, ser capaces de responder por lo que le pasa a la otra persona con mi investigación, porque ese proceso también me afecta a mí. A mí me importan los temas que investigo y quiero ser capaz de transformar las realidades que estoy observando, a eso nos referimos.

– ¿Qué aparece cuando utilizan estas metodologías alternativas de investigación a los problemas del Chile de hoy? 

Aparece una escucha muy distinta. Nos mostramos más sensibles a la experiencia del otro, más vulnerables. Luego, al comprender las vidas de las personas, nos damos cuenta que la ciudad no está respondiendo a las dificultades que estamos viviendo. Y es que quienes planifican no viven lo mismo que todas las personas para quienes planifican la ciudad. Por eso es importante entender las necesidades cotidianas diversas de hombres, mujeres, personas de distintas edades y culturas que las habitan, y no mirar las ciudades desde arriba, con modelos europeos que poco tienen que ver con lo que nosotros somos.

Nuestros territorios tienen particularidades, hay distintas formas de habitar nuestras ciudades. Necesitamos realmente entender quiénes la están usando, cómo son, qué necesitan.

¿Cuáles son los supuestos que están detrás de la construcción de la ciudad? Eso es lo que nos preguntamos y en respuesta sabemos que hay cuerpos muy distintos viviendo la ciudad. Tenemos que pensar la ciudad en conjunto con otras disciplinas y experiencias, aunque sea más largo y complejo.

Compartir: